El casco urbano de Aldeadávila es uno de los mejores ejemplos de arquitectura popular arribeña, donde la piedra de granito obtiene un principal protagonismo, compartido por el recercado de la cal de puertas de cuarterón y estrechas ventanas, ofreciendo fachadas de inusual belleza.
Las casas más antiguas responden a la sobriedad de otros tiempos, repartiéndose alrededor de plazuelas a las que desembocaban estrechos callejones y colagas. Su distribución era simple: desde el portal se accedía a la sala con alcoba, a la cocina y a la parte alta o sobrao –desván de techos bajos y pequeñas ventanas donde se almacenaba el grano y se secaban los productos de la huerta-. Anexo a la casa se encontraba la cuadra, y en ocasiones, se excavaban bodegas subterráneas donde descansaba en silencio y humedad el vino en barricas de roble.
Con el paso del tiempo, estas construcciones ganaron en altura, incorporando esbeltos balcones voladizos adornados con parras y coloridas flores.
En las puertas de las bodegas enterradas se dejaban pequeños orificios para que el gas producido por la fermentación del vino saliera al exterior.