A 1.224 m s. n. m., en la falda de los picos más altos del Pirineo oriental, siguiendo el curso del río Segre -paso natural de la cordillera-, nos encontramos Llívia, la antigua capital de la comarca de Cerdanya. Llívia es un municipio formado por la villa y varios agregados: Cereja, Gorguja, Gorguja Pequeña (Mas Travis) y el Mas Jonquer. A raíz del Tratado de los Pirineos (1659) y de la posterior territorialización del enclave con el de Baiona (1866-68), con sus 12,9 km² de superficie -sumando en ella el territorio que tenemos los bosques, los lagos y los pastos del Carlit- quedaron rodeados de territorio francés. La Cerdanya era el único paso en la ruta natural hacia el interior, siguiendo el río Segre y el de la Tet -la conocida Strata Ceretana- que permitía atravesar la cordillera pirenaica con comodidad y facilidad tanto con ejércitos como con mercancías, y Llívia y su colina eran un punto clave de control de la vía y de todo el territorio. Desde siempre, el control de estos pasos pirenaicos fue estratégicamente esencial. Al igual que las antiguas vías, Roma también aprovechó la influencia de la antigua capital de la Cerretani, los restos de la cual las encontramos al pie del monte, para hacer efectivo su dominio en el Pirineo. Las evidencias arqueológicas, desde la segunda mitad del siglo I aC, de esta civitas romana, la Iulia Lybica, han sido muchas y alguna de curiosa como el entierro de un macaco vestido de militar, del siglo V-VI, con su ajuar, el yacimiento de las Colomines, la parte pública de esta civitas. La primera ocupación de Llívia debemos situarla, enturonada, el monte del Castillo, donde junto a posibles estructuras de tipo poblado aparecían materiales del bronce final, a partir del 1200 aC. A pesar de su importancia en época romana, la Iulia Lybica perderá sus funciones gestoras y se convertirá en una fortaleza de primer orden de la frontera septentrional visigoda, como Wamba, el rey toledano, el 672 remonta el Segre en persona y con su ejército para controlar el Castrum Libyae, una de las fortificaciones que se había unido a la revuelta secesionista de Hilderic, duque de Narbona, y del general Paulus. Desde Llívia, Medinet El-Bab -Ciudad de la Porta-, el caudillo bereber Menussa también se rebeló contra la hegemonía de los clanes árabes en Al-Andalus el 731. Y desde Llívia, aunque engarce arriba del castillo, se empieza a forjar Cataluña. Es capital del condado de Cerdanya y residencia de algunos de sus condes, como Sunifred I, padre de Wifredo el Velloso. Con la muerte del último conde cerdà, Bernat Guillem, el 1117, se pasa a la soberanía del Casal de Barcelona. Pronto se fundará Puigcerdà y así se vuelve a perder la importancia administrativa pero no la estratégica. Por este motivo, Jaume I da la aprobación real a la gente de Llívia de volver a bajar y habitar al pie del monte con la condición de no abandonar nunca la fortaleza. Es durante este siglo XIII que se construye el nuevo castillo que durante los siglos XIV y XV será escenario demolts enfrentamientos y un puntal a controlar para la defensa de los condados y del mismo Principado, así como para la reunificación de la Corona de Aragón o después de la Guerra Civil catalana, en la que Juan II había hipotecado los condados con Luis XI de Francia en los tratados de Salvatierra y Bayona (1462), a fin de liberarse del yugo francés, motivo para que el castillo de Llívia fue arrasado en 1479 por este rey después de catorce meses de sitio. Con la destrucción del castillo, Llívia se convierte en una simple villa real. Sin embargo, es un momento de cierta prosperidad: el 1584-85 se edifica la torre Bernat de Sonido y en 1617 se termina la construcción de la iglesia parroquial. Arquitectónicamente, las torres que flanquean la puerta principal de la iglesia nos muestran el deseo de fortalecer de nuevo Llívia. Aparte de la defensa de la población -por ejemplo en 1654, de las tropas francesas-, uno de los motivos era conservar el derecho de recogidos que tenía antes el castillo de Llívia, a la que pertenecían la mayoría de poblaciones de la Alta Cerdanya . La entrada principal, de estilo renacentista, se abre con una bellísima puerta de artesanía medieval con trabajos de hierro forjado. En su interior tenemos un retablo barroco, con la imagen central de la Virgen de los Ángeles, una pila bautismal que debería pertenecer a la antigua iglesia del castillo de Santa María del Puig y, al suelo del pasillo central de la nave, así como también por las escaleras del exterior, un conjunto de losas sepulcrales pertenecientes a las antiguas familias de la villa, fechadas entre los siglos XVI y XIX. En la sacristía también se conserva una magnífica talla policromada de un Cristo de estilo de transición del románico al gótico. En el exterior, el conjunto se completa con la cruz de garcilla cangrejera, una cruz de término del siglo XVI que pertenecía a la familia garcilla cangrejera, que reposa sobre un probable miliario romano.