Pieza del patrimonio arquitectónico-etnológico. Situado en las afueras del municipio, en el recorrido de la afluencia de aguas claras del manantial de San Miguel, al que se accede desde unas escalinatas que nos llevan tanto al lavadero como a las bodegas y a la antigua zona del matadero.
Actualmente en desuso, pero muy bien conservado. Se trata de una construcción de planta rectangular, con mampostería ordinaria y argamasa, las paredes están enlucidas con mortero. La cubierta a dos aguas, con vigas de madera y cañizo. Tiene una estructura de 3 cuerpos cada uno con pilares que soportan la cubierta. Los muros de las albercas son de mampostería, rematados en su parte superior por una inclinación hacia el interior, usado como losa para lavar la ropa.
Tradiciones
En tiempos de nuestras abuelas, la gente del pueblo lavaba la ropa en el río, las acequias o en el mejor de los casos, los lavaderos, que pasaron a ser un avance muy importante en aquellos tiempos. Las señoras, quienes se encargaban de lavar, enjabonaban la ropa en la parte más cercana al desagüe, se aclaraba las prendas en la segunda balsa y por último en la que contiene el agua limpia, llegada del manantial. Así el agua se mantenía limpia allí donde hacía falta.
Otro de los elementos que aún se conservan en nuestros tiempos, y que también usaban nuestras abuelas, son los canastos de mimbre donde llevaban la ropa. Una vez limpia se tendían sobre árboles, zarzas y arbustos para que los rayos del sol las blanquearan y secaran. Cuando las mujeres ocupaban el lavadero todo olía a lejía y a jabón de aceite, también de manufactura casera. Si había necesidad de dejar prendas en remojo, éstas quedaban en “la cerrada” o baldes de zinc.
El lavadero y el hecho de ir a lavar, constituía casi un evento social en la vida de las mujeres, donde se juntaban a contarse las historias o novedades del pueblo y se entonaban canciones populares, etc.
