Cuenta la leyenda que un vecino de Olocau del Rey se dirigía, en una fría mañana de otoño, hacia sus tierras para prepararlas para el duro invierno que se atisbaba. La fiesta de Todos los Santos había quedado atrás, pero todavía quedaba en el ambiente el aroma de las historias de aparecidos, trasgos y brujas.
El 24 de noviembre de 1576, Joan Vallés creyó ver una vaporosa figura tocada con un rosario de gruesas cuentas y una cruz roja sobre el pecho. Ante tal visión descorazonadora, Joan, aterrado, confuso y sin arrestos para moverse del sitio preguntó:
-¿Qué quieres de mi? ¿Quién eres y qué buscas?
A lo que el misterioso fantasma, empleando una voz grave y tenebrosa contestó:
-Confío en vosotros y hacedlo vosotros en mi. – Dicho esto, el fantasma desapareció en una nube barrida por los vientos.
Joan, temiendo ser tachado de mojigato, se guardó la historia para sí. Tres meses más tarde, otra figura se presentó ante él, esta vez en forma de niño aunque dotado de la misma aura fantasmagórica que en la anterior visión.
-No temas Joan, soy el evangelista San Marcos.
A continuación, haciendo referencia al carácter bondadoso de Joan, el aparecido recordó al campesino como ocho años atrás, el pueblo prometió al santo alzar un templo en su honor si los libraba de la peste.
Joan tomó esta cuenta pendiente como propia y se dirigió al pueblo con tal fervor que sus vecinos no pudieron desoír sus palabras.
Hoy, cuatro siglos después, aunque deteriorado por el paso del tiempo, el ermitorio de San Marcos puede verse, visitarse y ser admirado.
La ermita, también conocida con el sobrenombre de ‘La catedral de las Montañas’ está ubicada a cuatro kilómetros de Olocau. A través de un amplio portal podemos acceder a un sorprendente espacio cercado donde conviven cobertizos y refugios de caballerizas. Casi puedes imaginar, la primera vez que entras y pisas el empedrado, una escena medieval bajo los techados del patio.
Enmarcan el recinto la deteriorada casa del ermitaño (que ocupa los restos de la primitiva iglesia del siglo XV) y la portada de la iglesia, esta del siglo XVIII.
Yo personalmente os voy a recomendar que la visitéis por la paz que se respira. La descubrí por casualidad, paré a escrutarla por la efigie sincera y solemne que parece y me encandilé cuando me senté a la fresca en un caluroso dia de verano.
El tacto de las piedras frias e imperecederas en mi espalda, la vista de los techos de madera, ajados por el tiempo pero imperturbables en su afán por dar la mejor sombra. En mi opinión es un lugar algo místico, donde pararse un rato a pensar y si es con buena compañía mejor que mejor.
Cada año se celebran fiestas en la ermita tanto en junio como en abril, pero la verdadera fiesta grande tiene lugar cada cuatro años y en octubre.
Si os animáis a visitarla tomaos vuestro tiempo. Merece la pena.
Por Txema Tirado, a 1-6-2016