Una vez abandonado el núcleo urbano del municipio y con la grata compañía de Carlos, el alguacil del pueblo, nos dirigimos hacia el Pozo de las Palomas. Un enclave natural regado por aguas calmas y cristalinas que alimentan el Mijares, donde cuando el tiempo acompaña, se llena de visitantes que disfrutan del baño, la tranquilidad y el contacto con la naturaleza. Carlos nos contó, que algunos jóvenes más intrépidos, suben a las piedras desde donde realizan saltos, para disfrute y sorpresa de los allí presentes.
Disponíamos de poco tiempo y el alguacil nos tenía preparado un amplio abanico de lugares y actividades que podíamos hacer. Nos dejamos aconsejar por el experto, guiándonos hacia el castillo de la Viñaza o Arenós, el elemento más representativo del pueblo. De origen árabe (como casi todos en la provincia), enclavado, como es de suponer, en un punto estratégico desde donde se domina todo el territorio. En su momento de mayor esplendor llegó a albergar unas 200 casas en su interior. Consta de dos recintos muy diferenciados, situados sobre rocas salientes adaptadas de forma artificial, rellenas para que tuvieran forma rectangular. También se aprecian restos de una torre semicircular y otra cuadrada, construida con mampostería y sillares angulares casi perfectos, situadas en ambos extremos del montículo.
En el arduo camino de subida hacia el castillo se pueden encontrar restos de murallas que se han construido siguiendo la topografía del terreno, algunos escombros procedentes de las torres, parte de la plataforma rocosa que hace las veces de muralla protectora y el antiguo portal de entrada en el que se encuentra ahora la ermita de Ntra. Señora de los Ángeles, recientemente restaurada.
He de decir que en un primer momento el camino hacia el castillo se me antojó fácil, nada hacía presagiar que no lo fuera, pero comencemos por el principio…
Después de unos breves minutos de emprender el camino y luego de haber pasado por los restos de una gran alberca que se conserva muy bien, se puede acceder hacia la fuente del Ermitaño. El camino, que en su inicio se encuentra abrazado por la densa vegetación, se abre en una semi planicie donde se encuentran restos de una masía que en los tiempos de niñez de nuestro animoso guía, se encontraba habitada por una gran familia, importante en la zona. A ellos pertenecen los restos de plantaciones de almendros y perales que se encuentran abandonados.
El sendero se torna estrecho, caminamos por debajo de los restos del castillo, se ven muros, restos de muralla, etc. Los espárragos siguen apareciendo, el equipo se torna experto avizor de brotes, el sol comienza a hacerse notar, las chaquetas pesan y se agradece avistar la ermita donde hacemos la primera parada... Carlos no nos da tregua, él es muy audaz, nosotros con la lengua en las rodillas, pero hay que seguir, el tiempo se nos echa encima y nos abandonan dos miembros del equipo en la ermita... no podemos hacer ya nada por ellos! Seguimos, levantar la vista y ver el castillo es un aliciente ilusionista, no... no está tan fácil de alcanzar como nos engaña la vista; son 40 m. de una ascensión que se torna cada vez más y más empinada y difícil, no apta para cobardes. Seguir la huella de quien va delante y conoce el camino es importante para no dar un traspiés y tener futuras lamentaciones. Llegamos, necesito sentarme para recuperar el aliento, lo hago a la sombra de un pino mirando el impresionante paisaje que forman las montañas cubiertas de verdes pinos y el embalse azul turquesa.
El alguacil, nos sigue recomendando sendas, lugares, fuentes, etc. Será para la próxima vez, porque ahí donde lo ves... Puebla de Arenoso tiene mucho, mucho que ofrecer!!
Por Cecilia Banega, a 7-3-2016